
“No va más”, canta el crupier con cara de nada y tira la bola en la rueda llena de números frente al paño en donde están pintados de rojo y negro. Ese mismo “no va más” es el que dicen los jugadores compulsivos cuando piden ayuda, generalmente después de que sus pérdidas han sido cuantiosas y sus problemas de familia apabullan a sus miembros. A veces, el freno no aparece y entonces llega la locura o directamente la muerte.
El grupo Esperanza de Vida, que se reúne en Salta 2763, los lunes de 19 a 21, es un lugar de recuperación de estos enfermos. A la vez tienen grupos de ayuda a los familiares. “Hay que deshacese de la enfermedad y no de las personas”, dice con sabiduría María Elena, en cuya familia existe un jugador recuperado, pero que de todos modos asiste al grupo. Por razones obvias, la mujer, a la que llamaremos María Elena no da su verdadero nombre.
La mecánica del jugador es similar a la de los alcohólicos u otros adictos. La hermandad rosarina, que cobija a estas personas, es una más de las casi 200 que funcionan a lo largo y ancho del planeta. Hermandad que lucha día a día con esta adicción o actitud compulsiva que los lleva no sólo a perder dinero sino también en muchos casos la razón o la vida. “La gran diferencia con otro tipo de adicciones es que aquí no existe ninguna sustancia de por medio, está la persona sola, o con sus pares jugando sin parar, nada más, nada menos”, explica la mujer que ofrece su testimonio y descarta para estas patologías a la medicina y a la psicología como camino hacia la recuperación. En tanto, valora los grupos de autoayuda.
En general, los jugadores, tanto hombres como mujeres, son muy inteligentes y también sensibles, pero por sobre todas las cosas son grandes mentirosos, o directamente, mitómanos. Los síntomas (ver aparte) varían, pero los une esa compulsión lúdica que los puede llevar al casino o al bingo pero también a apostar los números de las patentes de los autos que pasan por la calle. Juegos tan disímiles como el ajedrez o el billar pasando por la quiniela o las bochas, y a los que se agregaron los juegos electrónicos, son parte cotidiana de su mundo.
El juego no tiene límite, pueden incluso caer en situaciones delictivas, sustrayendo dinero ajeno u objetos que les permitan continuar jugando.
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